Un elevador repleto de gente nos lleva entre entre la ciudad y la memoria histórica. Un lugar que desde lejos parece evidente al viajero, pero cuya rectitud se pierde en cuanto se echa pie a tierra donde el paisaje se pierde en el azul marino.
Cuando llegamos en busca de los lugares más atractivos, empezamos a vagar por las calles, confundidos entre la masa humana. La gente no molestaba: incluso en aquellos momentos de confusión, nos sentíamos distintos, y fantaseábamos con encontrarnos, de pronto, de cara, con lo que íbamos rastreando.